
De monopolios, motetes y madrigales

Corporaciones de papeleros, sellados reales y cartas patentes, regulaciones confusas y conflictos interpretativos, privilegios gubernamentales, barreras proteccionistas. Todo ello luce a primera vista terriblemente lejano y absolutamente ajeno al campo de la música vocal del Alto Renacimiento, los motetes, los madrigales … Sin embargo, tal fue el entorno en que se desarrolló el negocio de la música impresa del 1600, particularmente en la Inglaterra de Elizabeth I Tudor, cuyo reinado en tal sentido podría ser descripto como “la fiesta de la concesión de monopolios”.

Por tomar una sola área de actividad a modo de ejemplo, múltiples monopolios se distribuían el terreno de la impresión de libros. Distintos beneficiarios habían sido agraciados con un favor real que les concedía exclusividad ya fuere sobre “Biblias y Testamentos”, o sobre libros de leyes, o sobre catecismos y manuales de primeras letras, o sobre gramáticas latinas … Lo cual a su turno implicaba que cualquiera que deseare imprimir una obra dentro de estas categorías debía primero obtener la aprobación y eventualmente abonar un canon al titular del monopolio correspondiente.
En la lista de estos privilegiados se encontraban también dos compositores famosos: William Byrd y Thomas Tallis, quienes en 1575, como reconocimiento por su magnífico desempeño musical en la Capilla Real, habían recibido de regalo de la Reina un monopolio sobre toda clase de libros de música -privilegio extensivo asimismo al papel pentagramado en blanco- por un lapso de 21 años. En forma complementaria, y para reforzar aún más su exclusividad, se había prohibido también la importación de libros de música con fines comerciales. ¡Menudos monopolio y protección! Podríamos conjeturar que, en consecuencia, Tallis y Byrd no demoraron en hacerse ricos.
Pero el hecho de ostentar un monopolio no implica saber aprovecharlo y para Tallis y Byrd el beneficio resultó un “presente griego”. Es que si uno no sabe “leer” a su mercado, el mejor de los monopolios no va a dejar de ser un estrepitoso fracaso. Porque ni Tallis ni Byrd tenían ni una pizca de mentalidad empresarial.

Y lo que decidieron hacer con su flamante monopolio fue embarcarse en la lujosa edición de un volumen de música propia que titularon “Canciones sacras”. Esta colección contenía 34 piezas religiosas en latín, y si bien ellas podían resultar perfectamente adecuadas para ser interpretadas en la Capilla Real, resultaban de escaso y nulo atractivo para su ejecución en el ámbito doméstico. Cuestión que la obra se vendió poco y nada: el inventario de su impresor realizado ocho años más tarde, indicaba un remanente de 717 ejemplares sin vender, sobre una tirada estimada de 1000.
Así pues, teniendo en cuenta los desatinados costos de producción en que habían incurrido, a Tallis y Byrd, sorprendentemente, el monopolio les había generado pérdidas. ¿Y qué hicieron entonces? Pues le mandaron una lacrimógena carta a la reina refiriéndole sus dificultades. Una auténtica retahíla de lamentaciones que, pese a todo pronóstico, conmovió a sus lectores a punto tal que Byrd y Tallis terminaron recibiendo una asignación que les rindió 30 libras por año, “sin moverse de sus casas”.
O sea que no sólo hicieron todo mal, sino que salieron más o menos indemnes de su fallida empresa al obtener del Estado lo que el mercado les había negado. Eso sí: en los contribuyentes -que se vieron privados de adquirir libros de música en variedad y a precios competitivos-, en los comerciantes -que ni siquiera pudieron importarlos para cubrir esta demanda-, y en la comunidad toda que terminó financiando compulsivamente a los perdidosos, parece que no pensaron …
Publicado originalmente en Visión Liberal: https://visionliberal.com.ar/el-curro-de-los-monopolios-es-un-fracaso-cantado-desde-los-tiempos-de-elizabeth-de-tudor/